viernes, 10 de septiembre de 2010

Reflexiones sobre el amor y la felicidad

Dice un viejo verso, del cual no recuerdo el autor:

¿Qué es amor?, pregunté un día
y mi alma que lo sabía
de angustia me dijo llena,
Amor es llorar de pena
y sonreír de alegría.

Y es que el amor duele, es que la felicidad, bien entendida, duele. Como nos decía la Madre Teresa de Calcuta: "Ama hasta que te duela". No es fácil... El amor no se regocija en la propia satisfacción; el verdadero amor se reconoce en el deseo intenso de hacer feliz a la persona amada, en la profunda satisfacción que siente nuestra alma con la felicidad del ser amado. Pero debemos ser cautelosos, es necesario que no confundamos la felicidad con la alegría, con el placer efímero y momentáneo. Dios nos ama más que nadie, por eso quiere que seamos felices. En ese intento hizo el doloroso sacrificio de entregarnos a su hijo Jesús en el sacrificio de la cruz, la máxima expresión de su indiscutible amor. Y Jesús, en el dolor del calvario, era feliz porque hacía un sacrificio de amor.

Porque Dios nos ama sabe que es necesario que corrijamos nuestros defectos. Porque Dios nos ama sabe que necesitamos pasar por experiencias de dolor y sufrimiento, pues las necesita nuestra alma para su madurez y progreso, para nuestra felicidad. Por la misma razón es que en ocasiones tenemos que corregir a nuestros propios hijos, aunque momentáneamente les causemos pena o dolor... porque queremos que sean felices. No la falsa felicidad que da este mundo, sino la verdadera, la que hace progresar nuestro espíritu, la que llena de gracia nuestra alma. También el verdadero amor nos lleva, en ocasiones, a sentir felicidad en momentos de dolor. Y ante el sufrimiento de una persona amada por una enfermedad terminal que solo le produce agonía y dolor sentimos el alivio y la felicidad que produce su fallecimiento; felicidad que duele, porque nos duele su ausencia, porque nos agobian los recuerdos. Aún así nos sentimos felices porque su alma trasciende y finaliza el agobiante dolor de su cuerpo. Y cuándo el hijo, el amigo o el hermano que está en malos pasos es traído a la justicia sentimos dolor, pero al mismo tiempo nos hace felices saber que esa puede ser la ocasión para que decida corregir sus defectos; tenemos la certeza de que se encuentra en un momento crucial para su madurez y adelantamiento.

En fin que no es fácil ni sencillo sentir y hablar de felicidad, de amor... porque duele. Que Dios nos ayude en el día de hoy a amar de verdad, a ser auténticamente felices... aunque nos duela.