El amor se
descubre mediante la práctica de amar
(Fragmento
de la novela de Paulo Coehlo “A Orillas del Río Piedra me senté y lloré”)
A veces nos invade una sensación de tristeza que no logramos
controlar. Percibimos que el instante mágico de aquel día pasó, y que nada
hicimos. Entonces la vida esconde su magia y su arte.
Tenemos que escuchar al niño que fuimos un día, y que todavía
existe dentro de nosotros. Ese niño entiende de momentos mágicos. Podemos
reprimir su llanto, pero no podemos acallar su voz.
Ese niño que fuimos un día continúa presente. Bienaventurados
los pequeños porque de ellos es el Reino de los Cielos. Si no nacemos de nuevo,
si no volvemos a mirar la vida con la inocencia y el entusiasmo de la infancia, no tiene sentido seguir viviendo.
Existen muchas maneras de suicidarse. Los que tratan de matar
el cuerpo ofenden la ley de Dios. Los que tratan de matar el alma también
ofenden la ley de Dios, aunque su crimen sea menos visible a los ojos del hombre.
Prestemos atención a lo que nos dice el niño que tenemos
guardado en el pecho. No nos avergoncemos por causa de él. No dejemos que sufra
miedo, porque está solo y casi nunca se le escucha. Permitamos que tome un poco
las riendas de nuestra existencia. Ese niño sabe que un día es diferente de
otro.
Hagamos
que se vuelva a sentir amado. Hagamos que se sienta bien, aunque eso signifique
obrar de una manera a la que no estamos acostumbrados, aunque parezca estupidez
a los ojos de los demás.
Recuerden que la sabiduría de los hombres es locura ante Dios.
Si escuchamos al niño que tenemos en el alma, nuestros ojos volverán a
brillar. Si no perdemos el contacto con ese niño, no perdemos el contacto con
la vida.